Concierto de Imelda May. Madgarden Festival. Madrid, 1-VII-2015

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Quiero comenzar esta crónica dando la enhorabuena a los creadores, promotores y patrocinadores del Madgarden Festival, una feliz iniciativa que está llenando de música la Ciudad Universitaria de Madrid durante este ardiente mes de julio. Si no estoy equivocado, este festival comenzó el año pasado, entonces tuve la oportunidad de ver Jethro Tull, uno de mis grupos preferidos de siempre (aquí podéis leer la reseña que escribí sobre aquel concierto). El programa de este año es aún mejor, de hecho, cuando lo vi por primera vez no sabía qué elegir, me quería apuntar a todo: Christopher Cross, Jorge Pardo, Jackson Browne o Michael Nyman, por citar solo algunos nombres; pero lo que más me llamó la atención fue la destacada presencia femenina: Suzanne Vega, Madeleine Peyroux, Melody Gardot, Zaz, Lila Downs e Imelda May (en esta dirección tenéis las próximas actuaciones de este festival).

Precisamente Imelda May era la encargada de inaugurar este ciclo, después de haber actuado el día anterior en Barcelona. Para esta ocasion conté con la compañía de mi hermano Carlos, que ya se había apuntado a un par de conciertos anteriores, los de Nikki Hill y Rosendo. Tras entrar al recinto, me di cuenta que había más ambiente que hace un año; además de la tienda de discos, también había otras de ropa, creo que de artesanía y un par de cocinas-furgoneta donde hacían burritos y unas hamburguesas riquísimas, que degustamos con unas cervezas servidas en ¡vaso de plástico! (lo peor que puede existir en materia cervecera). Mientras comíamos escuchamos al grupo telonero, Lucky Dados + The Border Horns, una entusiasta banda de rockabilly con la que, en principio, no contábamos ninguno de los que estábamos allí. El público era de lo más variopinto, desde chicas con una estética a medio camino entre lo pin-up y lo rockabilly, hasta familias con hijas adolescentes que no querían perderse a la estrella irlandesa.

Imelda May y su grupo salieron al escenario a las diez menos cuarto, aproximadamente, y estuvieron actuando durante una hora y tres cuartos sin interrupciones ni descansos de ningún tipo. Me sorprendió gratamente el sonido; claro, sin distorsiones, con un óptimo ajuste para cada instrumento y, por supuesto, para la voz de Imelda. La calidad de los músicos fue lo siguiente que todos pudimos apreciar; Al Gare (bajo eléctrico y contrabajo), Darrel Highman (guitarra), Dave Priseman (trompeta, percusiones, guitarra) y el portentoso Steve Rushton (batería) son la banda ideal para una de las voces con mayor personalidad que existen hoy día en el panorama musical. Esta es la formación habitual, sin embargo Darrel Highman (marido de Imelda) no fue el guitarrista de este concierto, al menos eso creo.

Imelda May es guapa, sexy, simpatica (estuvo muy habladora y comunicativa toda la noche) y su manera de cantar es de las que cautivan desde el minuto uno. Casi siempre está afinada, maneja el vibrato como nadie y casi de manera imperceptible, sus graves son poderosos y seductores y, cuando desgarra su voz, lo hace como si apenas le costara esfuerzo. Las baladas las canta con gran sentido del tempo y enorme sensibilidad, de hecho, escuchándola pensaba en que debería publicar un disco con clásicos de esta índole, al estilo de aquel “The End of the World” que grabara en su primer album. No tuvimos la suerte de escuchar este tema, ni tampoco otras de sus versiones clásicas, “Tainted Love”, pero el repertorio que nos ofreció fue excelente, con la mayor parte de sus mejores temas, generalmente compuestos por ella misma, que interpretó a un gran nivel (en esta crónica podéis ver algunos de los títulos que interpretó y unas magníficas fotografías del concierto).

Os dejo con tres videos de esa noche; el primero con el tema “Johnny’s got a Boom Boom”; el segundo nos muestra uno de los momentos mágicos del concierto, en el que Imelda nos regala una fantástica version del tema de Blondie “Dreaming”; por ultimo, un fragmento (grabado por mí de manera bastante “cutre”) con el tema “It’s good to be alive”. Imelda May no es una rockabilly más, de hecho su propuesta mezcla este género con otros aromas, como el blues, el jazz, el pop o la canción melódica americana. El resultado es bien atractivo; yo, al menos, me quedé con ganas de más.

Los cinco conciertos de tu vida

Hace algunos días, el compañero Juanlu nos proponía una nueva sección dentro de su interesante 365RadioBlog; así se expresaba: «estrenamos nueva sección, se trata de lanzar periódicamente un reto en forma de pregunta a tres amigos blogueros para que ellos a su vez se lo lancen a otros tres amigos para que se vaya repitiendo la cadena y pasado un tiempo, recopilar los datos obtenidos y sacar un ranking resultante de vuestras respuestas. Hoy empezamos con una pregunta sobre un aspecto que me encanta de la música: los conciertos». Juanlu nos hablaba de los 5 conciertos de su vida y, al final, me retaba para que hiciera lo mismo; como podéis imaginar, acepté gustoso el desafío y le indiqué cuáles eran los míos, que no son otros que los que, a continuación y por orden cronológico, os menciono:

1.- El espectáculo «Rock & Ríos», de Miguel Ríos, que tuve el privilegio de ver en el Valle del Tiétar, en La Adrada o, tal vez, en Sotillo de la Adrada. De la fecha no estoy muy seguro, fue en agosto de 1980 ó 1982.
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2.- B.B. King, en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, dentro de las fiestas patronales de San Isidro; en concreto el 14 de mayo de 1984. Aquí podéis leer la reseña que hizo El País sobre este concierto. Años después lo pude volver a ver, esta vez en el Cuartel de Conde Duque, también en Madrid (en la última imagen del post está la entrada de aquel día)
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3.- The Manhattan Transfer, en el antiguo anfiteatro de la Casa de Campo de Madrid (el Rockódromo), fue el 27 de julio de 1989.
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4.- Anderson, Bruford, Wakeman and Howe (Yes), en el Pabellón de los Deportes del Real Madrid (cambiaron el recinto inicialmente previsto, como puede verse en la entrada), el 24 de febrero de 1990. Aquí os dejo la reseña que, en su día, publicó ABC.
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5.- Jack Bruce, Ginger Baker & Gary Moore (Cream), en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, el 20 de junio de 1994. Ésta es la reseña que hizo El País a propósito de la gira realizada por estos músicos.
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Pido disculpas por la mala calidad de las entradas, están enmarcadas (al final podéis ver cómo las tengo colgadas en casa) y no he querido desarmar el cuadro, por lo que al final me han salido unas fotos un tanto chapuceras, pero creo que pueden servir para ilustrar el texto; en algunas incluso se puede ver el precio.
Tal y como propone el amigo Juanlu, reto a otras tres personas a que hagan lo mismo:
Marta, de We are Rock, y los dos Adrián: Bonustrack y Tu Crítica Musical ¿Cuáles han sido los cinco conciertos de vuestra vida?

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Concierto de Nikki Hill. Sala BUT. Madrid, 6-XI-2014

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Hace algunas semanas, el amigo Adrián -autor del excelente blog Bonus Track– nos invitaba a conocer el primer disco de la estadounidense Nikki Hill; solo me hizo falta escuchar una canción, y ver su desempeño en el vídeo correspondiente, para darme cuenta que no era una más, me quedé literalmente pegado a la pantalla del ordenador. Se lo comenté a Adrián y me dijo: ¿por qué no te vienes a verla en directo? Yo ya tengo mi entrada. Me apunté al sarao inmediatamente, al igual que el verano pasado cuando él mismo me facilitó el ticket para asistir al concierto de Jethro Tull, al que finalmente no pudo ir debido a una indisposición de última hora. Nos quedaba pendiente vivir un concierto juntos y esta vez sí que pudo ser; nos acompañaron Sara, Marta y mi hermano Carlos (en una de las fotos nos podéis ver a todos).
La música con los amigos se vive con mayor intensidad y pasión, ya desde el mismo momento de las presentaciones, las cervezas previas y la charla sobre música o cualquier otro asunto que se preste a una buena conversación, más que nada porque es un momento en el que ya estamos todos preparados para el evento, con un puntito de excitación que no nos abandona hasta que empieza la actuación. Tras esperar un poquito en la cola, entramos a la sala BUT, que recuerdo de mi época universitaria, cuando la noche parecía no acabar nunca. Una vez asumida la clavada de rigor por las cervezas o los cubatas (por cierto, más aún que el precio, odio los vasos de plástico, es la parte más antipática de los conciertos), nos buscamos un lugar para disfrutar de la actuación que, finalmente, fue excepcional.
Los primeros compases nos mostraron un sonido algo sucio, manifiestamente mejorable, y pensamos que, tal vez, no era el lugar adecuado para un concierto de rock. He de decir que esa sensación me duró bien poco, en la segunda canción ya todo me parecía fenomenal. Nikki Hill es una estrella, una de esas artistas que uno puede ver pocas veces en la vida; mi amiga Marta la llegó a comparar con Tina Turner. Sus cualidades vocales son portentosas, con un dominio de la afinación, tanto en los graves como en sus increíbles agudos, muy poco habitual. Pero yo diría que ésta no es su faceta más destacada; a Nikki Hill le fluye la música por todo el cuerpo, domina el tempo a la perfección -como los grandes boleristas-, sabe cuando parar y volver a arrancar, siempre en la décima de segundo exacta, perfectamente sincronizada con sus compañeros. Es, además, guapa, simpática y portadora de una cautivadora sonrisa; sinceramente, lo tiene todo para triunfar y me extraña que aún no lo haya hecho.
La banda está a su altura, suenan muy potentes y están perfectamente empastados, siempre al servicio de la solista pero con una buenísima calidad instrumental; un batería solvente (Joe Meyer), un bajista espectacular, con un ritmo endiablado (Ed Strohsahl) y un guitarrista (Matt Hill, esposo de Nikki) brillante y a la altura de las circunstancias. En definitiva, un grupo compacto, un verdadero equipo, con unas individualidades propias de una gran banda.
Tan solo tienen un disco («Here’s Nikki Hill»), donde se puede apreciar bien su estilo de rock & roll clásico, en ocasiones incluso rockabilly, con evidentes influencias procedentes de la música negra, en concreto del soul, el blues y el rhythm & blues. Pero Nikki Hill es una de esas artistas que son mucho mejores en directo, ni siquiera sus vídeos de youtube hacen justicia a su poderosa puesta en escena. Apenas nos ofreció un par de canciones semi-lentas, el resto fue pura dinamita rocanrolera.
Entre los temas que pudimos disfrutar había bastantes versiones, todas ellas ejecutadas de manera magistral: «Sweet Little Rock & Roller» (Chuck Berry), «Twistin’ the Night Away» (Sam Cooke), «Who where you thinking of» (Texas Tornado), «Whole Lotta Rosie» (AC/DC) y probablemente hubo alguna más, además de sus temas propios.
Estábamos entusiasmados, no queríamos que acabara y cuando lo hizo agradecí (¡quién lo iba a decir!) que estuviera rodeado de fumadores; el arrebato nicotínico post-concierto fue la excusa perfecta para intercambiar opiniones sobre lo que habíamos presenciado, estuvimos hablando un buen rato hasta que nos marchamos aunque la excitación aún nos acompañó unas horas. Tan solo pagamos trece euros. Nikki Hill, ¡te adoramos!

20141106_223937De izquierda a derecha: Sara, Adrián, Raúl, Marta y Carlos
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Concierto de Rosendo – Una vida de Rock. Plaza de Toros de las Ventas. Madrid, 27-IX-2014

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Este pasado sábado el Opus Dei estaba de fiesta, uno de sus más destacados miembros -Álvaro del Portillo- era beatificado; el acto se celebró al aire libre, desafiando las amenazas de lluvia que se cernían sobre Madrid. Milagrosamente, no podía ser de otra manera, no llovió durante el evento, lo hizo justo inmediatamente después. ¡Claro!, pensé, aquí ha habido negociación en la alta cumbre y nos van a mandar toda la lluvia a los rockeros para que aprendamos lo que es la Divina Providencia. Tampoco fue así, no cayó ni una gota hasta el momento en que salíamos de la plaza de toros, que descargó con ganas. No es de extrañar, lo de Rosendo también era, al menos en el corazón de todos los rockeros de bien, su beatificación tras toda una vida dedicada a la música.
Minutos antes del concierto nos tomamos una cerveza y nos pusimos a la cola; tras una espera más larga de lo que cabría esperar, entramos y nos quedamos boquiabiertos; la plaza estaba prácticamente llena y tuvimos que negociar duramente con la gente que ya estaba sentada para que nos hicieran un hueco. Minutos después ya no cabía ni un alfiler (algunas crónicas hablan de diecisiete mil personas). Abrió el concierto Rodrigo Mercado, hijo de Rosendo, que nos ofreció su repertorio, aún escaso, a base de ritmos pop con abundantes incrustaciones de rap y reggae (a mi no me consiguió enganchar).
Hacia las diez y cuarto apareció Rosendo con su banda habitual, es decir, una puesta en escena bien modesta: guitarra, bajo y batería, toda una declaración de intenciones de lo que iba a ser el concierto, un rock austero, sin florituras y con canciones no muy largas (unas treinta en algo más de dos horas y cuarto de actuación). Como decían algunos asistentes al concierto, a sus sesenta años Rosendo está hecho un chaval; a mi entender tocó la guitarra mejor que nunca, los habituales solos marca de la casa fueron ejecutados con maestría, soltura y energía, para mi gusto de lo mejor de la noche.
El concierto fue de menos a más, al principio con canciones como “A dónde va el finado”, “Listos para la reconversión”, “Hasta de perfil” o “Salud y buenos alimentos”. Ya con el auditorio entregado, apareció en escena Kutxi Romero, del grupo Marea, para cantar con Rosendo “Muela la muela”, tema de su último disco (“Vergüenza Torera”, 2013) y, poco después, su hijo Rodrigo que lo acompañó, junto con un cuarteto de cuerda, en el tema “A remar”, también de su último álbum. A partir de aquí el concierto se aceleró, comenzaron a aparecer sus canciones más emblemáticas (“Entre cejas”, “Flojos de pantalón”, “Agradecido”, “Sorprendente”, “Masculino Singular, “Loco por incordiar”, etc.), algunas de ellas con la colaboración del resto de sus invitados: Enrique Villareal “El Drogas”, Fito Cabrales, Miguel Ríos y Luz Casal, a quien me alegré mucho de ver, estaba muy guapa y con un aspecto formidable. El concierto acabó con “Maneras de Vivir”, con todos los invitados subidos al escenario; fue el momento álgido de la noche, para entonces ya nadie estaba sentado y sólo se escuchaba la música ya que, a pesar de los esfuerzos de los que estaban en el escenario, tan sólo se oía nuestro rugir al ritmo de la mítica canción de Leño. A propósito de esto, he de decir que lo peor de la noche vino del lado del sonido con, quizás, demasiados decibelios para bajo y batería y muchos menos para los micrófonos, sobre todo para los de los invitados a quienes, en la mayoría de las ocasiones, apenas se les escuchaba.
El otro aspecto negativo, reconozco que éste mucho más subjetivo, fue la poca presencia del primer disco de Leño, apenas esbozado en el tema acústico “Se acabó”, con el que Rosendo quiso homenajear a sus compañeros desaparecidos. Aún recuerdo mi vieja cinta grabada con este primer trabajo de Leño y cómo la escuchábamos en los parques o en la calle con una litrona en la mano (en aquella época no conocíamos el “botellón”, lo más parecido era el calimocho); por eso quiero terminar con ese himno de rock protesta que el sábado no pude escuchar: “Este Madrid”. Muchas gracias, Rosendo, por mantener vivo el Rock.

Concierto de Ian Anderson – Best of Jethro Tull. Madgarden Festival. Madrid, 8-VII-2014

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Pocas veces he estado tan emocionado e ilusionado con un concierto de rock como el martes pasado, minutos antes de que diera comienzo el recital de Jethro Tull en el Madgarden Festival de Madrid. Cuando días antes le contaba a un amigo que, por fin, podría ver a Ian Anderson en directo, uno de mis ídolos de juventud y casi de niñez, me dijo: «Va a ser como un examen de conciencia para ti»; y así podría haber sido, si no fuera por lo poco que anidan en mí sentimientos e intimidaciones religiosas como la culpa, el pecado o la redención. En cualquier caso, estos nuevos Jethro Tull me hicieron recordar que los tiempos pasados no son mejores por su excelsitud, en realidad los recordamos, y hasta los idolatramos, porque ya no volverán.
Por si todo esto fuera poco, tenía otro buen motivo para asistir, lo iba a hacer con el amigo Bonustrack, de hecho, fue él quien me proporcionó la entrada y, en definitiva, el que hizo posible mi asistencia al concierto. Lamentablemente, una indisposición de última hora le dejó K.O.; espero que ya estés totalmente recuperado, no dejé de acordarme de ti durante toda la actuación. Un fuerte abrazo.
Hace unos años levantaron un jardín botánico en el antiguo descampado situado entre las facultades de Farmacia y Biológicas, en la Ciudad Universitaria de Madrid, en el mismo sitio donde Felipe González se coronó en aquellas elecciones generales «del cambio», ganadas por el PSOE gracias al voto entusiasta de diez millones de españoles. El martes no estábamos tantos como en aquella víspera de elecciones generales, de hecho ni siquiera estaba el aforo completo. Hace treinta años me hubiera extrañado mucho, hoy día lo veo normal; sobre todo después de haberme percatado, al menos en mi círculo próximo, que Jethro Tull e Ian Anderson son ya unos perfectos desconocidos, principalmente entre menores de treinta años. Como podréis imaginar, la media de edad era bastante elevada; es verdad que también se veía gente joven (en la mayoría de las ocasiones hijos que acompañaban a sus padres), pero lo habitual era ver público por encima de los 45-50 años.
Di una vuelta por el recinto, me tomé una cerveza, traté de ver los discos y libros que se vendían en la pequeña tienda habilitada a tal efecto y, finalmente, tomé asiento. El concierto comenzó con «Living in the Past», finalizó con «Locomotive Breath» y duró, aproximadamente, dos horas y cuarto (incluyendo un descanso de unos veinte minutos). En la primera hora tocaron algunos temas clásicos de la banda y, también, canciones de su último álbum «Homo Erraticus». El plato fuerte se sirvió después del descanso, donde se pudieron escuchar temas míticos como «Thick as a Brick», «Aqualung», «My Good» o «Bourée» (aunque éste no me acuerdo si fue antes del descanso), entre otros.
El sonido lo encontré bien en líneas generales, en raras ocasiones acoplado o distorsionado. Los músicos estuvieron correctos, en su sitio, muy profesionales pero, tal vez, algo fríos, sobre todo los más veteranos. El guitarrista (Florian Ophale) me gustó pero no consiguió transmitir el sonido Jethro Tull, algo que quedó bien claro en el riff de guitarra de Aqualung, vibrante pero muy diferente del original; en este sentido, se echó de menos a Martin Barre, el viejo compañero de batallas de Ian Anderson, que abandonó la formación en 2011.
Respecto a esto del sonido Jethro Tull, me hago eco de unas recientes declaraciones de Ian Anderson: «Jethro Tull soy yo y por eso sigue existiendo». En efecto, yo pude ver y escuchar a este mítico grupo, algo que dudo se pueda conseguir con las, cada vez más habituales, bandas tributo; y ello fue debido, sin duda, al escocés que estuvo, en todo momento, comunicativo, entregado, con nervio y, en algunas ocasiones, hasta inspirado. Para mi gusto los mejores momentos de la noche fueron los tramos acústicos y, sobre todo, todas la intervenciones en las que aparecía la flauta travesera, la verdadera seña de identidad de este grupo, que Anderson sigue tocando como en sus mejores tiempos. Lo peor también estuvo de su lado: la voz. Ya no llega donde alcanzaba antaño y, a menudo, me llegué a agobiar viendo cómo no le salía la voz del cuerpo; para contrarrestar esta circunstancia el grupo cuenta con la presencia de Ryan O’Donnell, un cantante-bufón con un timbre de voz muy parecido al del líder, que lo releva en aquellos tramos totalmente inaccesibles para él. Si quieren seguir actuando en directo durante los próximos años, este será el camino: un nuevo cantante y Anderson a la flauta, el espectáculo ganará en calidad pero ¿seguirá siendo Jethro Tull? Bonustrack, nos vemos en el próximo concierto, ¡no me falles!