Cuando hace unos meses comencé mi aventura en la blogosfera traté de interesarme por bitácoras de índole musical, con el fin de aprender y compartir puntos de vista. No me ha sido fácil dar con buenos blogs de estilos tan importantes como el jazz, el blues, el soul o el country, por no hablar de páginas que se ocupen, con cierta calidad, de estilos apegados a nuestra tradición, como el flamenco, el bolero, el tango, la canción melódica o los ritmos mexicanos. Sin embargo, con el rock, en todas sus manifestaciones, no he tenido ningún problema; ¿qué abunda en la red? ¿el progresivo? ¿tal vez el pop-rock? ¿quizás el rockabilly? Hay muchas páginas de música indie (no siempre rockeras), aunque el estilo protagonista es, realmente, el heavy metal. He de decir que no me sorprende en absoluto; no conozco un colectivo más apasionado y comprometido con su música que éste. Siempre los he respetado y apreciado porque aman su música, la sienten, forma parte indisoluble de sus vidas.
No siempre puedo llegar a identificarme con algunas de sus manifestaciones, básicamente me cuesta seguir todo aquello que se desarrolla a partir de Metallica, no obstante lo sigo escuchando y me encanta leer las entradas, casi siempre apasionadas y elaboradas con acierto y cariño, que redactan los buenos amigos blogueros a los que habitualmente sigo. Alguna vez he llegado a pensar que, en el fondo, soy un proyecto fallido de metalero; tal vez podría deberse a mi temprana adscripción al rock progresivo, como ya comenté en la entrada anterior, cuando recordaba «Shine on you Crazy Diamond» de Pink Floyd. El rock sinfónico requiere de mucho esfuerzo, atención y paciencia, parámetros que no siempre son compatibles con la adolescencia; sinceramente, no es el tipo de música que recomendaría a un chico de 15 años. Eso sí, cuando haces un máster de progresivo a esa edad, y eres capaz de digerirlo, luego te cuesta prestar oídos a estilos musicales no tan complejos; me imagino que será algo parecido a lo que experimentan quienes se han formado en la música clásica o en el jazz.
Cuando en nuestro grupito de segundo de BUP apareció «Made in Japan», de Deep Purple, el corazón se nos salió del pecho; acostumbrados a los cantautores y a la exquisitez, también frialdad, del progresivo, esto fue una bomba que hizo saltar en pedazos nuestro concepto contemplativo de la música. Con aquel disco comprendí que ésta no sólo hay que escucharla, es más importante aún sentirla y vivirla, apasionarte con ella. Deep Purple, después Led Zeppelin, estimularon nuestra adormecida pubertad aunque, como pasa casi siempre, fueron las chicas las que tomaron la iniciativa; cuando empezamos a abandonar la calle para iniciar nuestra etapa de cutre-guateques en locales que nos dejaban, el hard rock fue la estrella pero, poco a poco, las chicas comenzaron a pinchar el disco de la película «Grease«. Nosotros queríamos seguir vibrando con los Purple y los Zeppelin, hasta que comprendimos que «Grease» nos ofrecía un valor añadido: ¡el de las canciones lentas!
Con el paso de los años me enteré que Deep Purple se iniciaron en el rock psicodélico y progresivo, a ellos también les debió costar explorar nuevos territorios musicales, de hecho nunca abandonaron -tampoco en las distintas formaciones creadas tras su desaparición- la calidad instrumental, la melodía y un instrumento tan progresivo, y tan poco metalero, como el teclado. Hoy lo tengo claro, si un chico o una chica de 15 años, con inquietudes musicales, me pidiera consejo nunca les mencionaría el progresivo; les diría que escucharan y sintieran «Highway Star», que se dejaran llevar por su fuerza sin pensar ni evaluar lo que oyen, que cierren los ojos y reciban la música por todo el cuerpo, tiempo habrá de acomodarla a nuestro cerebro. Yo me sigo encandilando con «Highway Star», es mi canción preferida para iniciar algunos días, sobre todo cuando necesitas una buena sobredosis de energía mañanera.