Baden Powell. «Samba Triste» / «Invençâo em 7 1/2»

Adoro el sonido de la guitarra, ya sea acústica, española, eléctrica o cualquier variante de éstas; y me gusta en todos los estilos, por supuesto en el rock, pero también en otros ámbitos como el blues, el country, el jazz, el flamenco o la bossa nova. Hace algunos meses, a propósito de la entrada que dedicaba a la conocidísima «Garota de Ipanema«, hablaba del cantautor y guitarrista brasileño Jayme Marques, de sus conciertos en algunas pequeñas salas de Madrid cuando yo era muy joven; me acuerdo que casi nunca lo miraba, prefería observar sus movimientos sobre la guitarra. En el ámbito de la guitarra brasileña, Baden Powell es, tal vez, la figura más destacada que ha dado este país, al menos en estilos próximos a la bossa nova y el jazz latino. Nació en 1937, en un barrio obrero de Río de Janeiro, alejado de las zonas donde nació la bossa nova (Ipanema y Copacabana); su padre, zapatero y violinista aficionado, le dio el nombre del fundador de la organización Boy Scouts. A los ocho años ya tocaba la guitarra y a los dieciséis acompañaba, como profesional, a algunos de los cantantes más conocidos del momento. Saltó a la fama cuando el compositor y cantante Billy Blanco puso letra a una de sus composiciones: «Samba Triste» que, en poco tiempo, se convirtió en uno de los temas más versionados de la música brasileña. Su consolidación como gran figura de la música de su país se produjo cuando empezó a colaborar con otros grandes de la cultura, como Vinicius de Moraes o Paulo Cesar Pinheiro, y comenzó su andadura por Europa, donde grabó varios de sus discos. Murió el 26 de septiembre del 2000, víctima de una pneumonía tras una vida de excesos nicotínicos y alcohólicos. La discografía de Baden Powell es muy variada y extensa (más de setenta títulos); él mismo confesó en alguna ocasión que era capaz de tocar valses franceses o jazz pero, cuando componía, lo hacía con su corazón brasileño. Os dejo con dos de sus temas, el ya mencionado «Samba Triste» (os animo a que propongáis alguna versión de esta canción), donde se puede apreciar bien el estilo enérgico y limpio que caracterizaba a Baden Powel, e «Invençâo em 7 1/2», incluido en su álbum «Tristeza on guitar» (1966), que podéis escuchar completo en el enlace que he dejado.

Sarah Vaughan. «Lullaby of Birdland»

El «Birdland» es un mítico local de jazz que fue inaugurado el 15 de diciembre de 1949 en la ciudad de Nueva York; fue abierto por una serie de socios, entre los que se encontraban Irving Levy, Morris Levy y Oscar Goodstein, quienes le dieron ese nombre para aprovechar el tirón del que entonces era su cabeza de cartel, Charlie «Bird» Parker». Esta sala de jazz fue testigo de actuaciones y artistas memorables y, durante la década de los cincuenta, se convirtió en el lugar de moda de estrellas como Gary Cooper, Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Frank Sinatra o Judy Garland. En 1952, el magnate de la industria musical Morris Levy estaba convencido de que un programa de radio podría promocionar, aún más, su exitoso club; para ello necesitaba una sintonía de cabecera, una canción que se repitiera cada hora. Según nos cuenta Ted Gioia en su libro El Canon del jazz: los 250 temas imprescindibles (Madrid: Turner, 2013), Levy se lo encargó a George Shearing quien lo compuso mientras comía bajo la inspiración de un bistec; de hecho, desde entonces siempre bromeó sobre este particular: «he vuelto varias veces al mismo carnicero a preguntarle si no tendría una réplica exacta de aquel bistec». «Lullaby of Birdland», el nombre dado a esta sintonía, ha sido interpretado por grandes artistas de la talla de Duke Ellington, Paul Bley, Stan Getz, Ella Fitzgerald, Charlie Haden & Paul Motian o Amy Winehouse, aunque existen más versiones. En entradas anteriores me ocupaba de las dos grandes damas del jazz, Billie Holiday y Ella Fitzgerald, pero creo que habría que añadir a una tercera: Sara Vaughan, la gran figura del bebop, capaz de dominar tanto los tonos graves como los agudos y, al igual que E. Fitzgerald, toda una experta en la técnica vocal conocida como «scat«. Por lo tanto, la versión elegida para «Lullaby of Birdland» es la de la norteamericana, incluida en su disco «Sarah Vaughan with Clifford Brown» (1954), en el que intervinieron los músicos Paul Quinichette, Herbie Mann, Jimmy Jones, Joe Benjamin, Roy Haynes, Ernie Wilkins, John Malachi y, por supuesto, Clifford Brown a la trompeta.

Getz & Gilberto / Nat King Cole / Peggy Lee. «Garota de Ipanema»

Mis primeros contactos con la música brasileña fueron a través del cantautor y guitarrista Jayme Marques -que ha hecho gran parte de su carrera en España-, al que conocí gracias al disco que tenía un amigo y, sobre todo, por sus conciertos en los colegios mayores de la Ciudad Universitaria de Madrid y en la mítica «Sala Clamores», en el barrio de Chamberí. La primera vez que escuché «Garota de Ipanema» fue gracias a la voz y la guitarra de este gran artista del jazz y de la bossa nova. Esta canción fue compuesta, en 1962, por dos renombradas figuras de la cultura brasileña: Vinicius de Moraes (letra) y Antonio Carlos Jobim (música); inicialmente se llamó «Menina que passa» y estaba pensada para la comedia musical «Dirigible». La letra inicial de esta canción fue modificada por sus autores inspirándose en una muchacha a la que solían ver rumbo a la playa: «Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça. É ela a menina que vem e que passa. Num doce balanço caminho do mar». La musa que inspiró esta melodía se llama Helô Pinheiro que, según he podido leer, es dueña de una cadena de tiendas de bikinis llamada «Garota de Ipanema». La primera interpretación de la que se guarda registro, en este caso audio, es una sesión en el club Au Bon Gourmet, de Copacabana, en la que participaron Tom Jobim, Vinicius de Moraes, Joâo Gilberto, Os Cariocas, Otávio Bailly y Milton Banana. Aquello fue el 1 de agosto de 1962; la primera grabación de estudio fue la de Pery Ribeiro, en 1963. Un año más tarde se publicaba el álbum «Getz/Gilberto», un disco absolutamente genial, una de las cumbres de la bossa nova, en el que intervinieron, nada más y nada menos, que Stan Getz, Joâo Gilberto, Antonio Carlos Jobim y Astrud Gilberto, que prestó su voz para cantar casi toda la canción en inglés, a partir de entonces rebautizada como «The girl from Ipanema». Esta es la primera versión de hoy, aunque enlazo también a la primera interpretación en el club de Copacabana y la primera grabación a cargo de Pery Ribeiro. Como habitualmente ocurre con estos temas tan conocidos, existen muchísimas versiones; yo he optado por las de Nat King Cole y Peggy Lee, ésta última bajo el título de «The boy from Ipanema».

Norah Jones. «Don’t know why»

En nuestra sociedad actual la música es un objeto de consumo más y, como tal, está sujeta a todo tipo de maltratos, desconsideraciones y arbitrariedades; gracias a Dios aún siguen quedando aficionados que tratan de poner en valor a artistas y grupos, alejados del Star system, que si no fuera por el esfuerzo de blogs y foros especializados no nos enteraríamos ni de que existen. Lamentablemente, muy a menudo, la calidad está reñida con el buen gusto; la industria de la música no hace otra cosa que empaquetar productos sencillos, elaborados de tal forma que sean capaces de abarcar un mercado cuanto más grande mejor. Para quienes nos negamos a formar parte de esta cultura borreguil, el hecho de oír que un disco ha vendido veintidós millones de copias, ha obtenido ocho premios Grammy y es conocido por gente que ni tú mismo hubieras pensado que escucha música, no suele ser un buen presagio. Sin embargo existen excepciones, hay buenísimos trabajos que, además, tienen la virtud de llegar a la gente y, por si fuera poco, incluso pueden gozar del favor de las multinacionales. Las cifras que acabo de dar corresponden al primer álbum de la cantante y pianista norteamericana Norah Jones, titulado «Come away with me» (2002). Formada en el gospel y en los clásicos del jazz y del blues, estudió canto y piano y, a los veinte años, ya estaba luchando por hacerse un hueco en el mundo de la música, en clubs de jazz y en auditorios de lo más diverso, donde apenas se congregaban un puñado de aficionados. Un buen día, en uno de esos locales, tuvo la suerte de que la escuchará un miembro de la discográfica EMI, quien le ofreció una oportunidad. Tras grabar un EP en el año 2001 («First Sessions») y, sin apenas promoción de ningún tipo, salió a la luz el mencionado «Come away with me» que rápidamente se convirtió en un éxito de crítica y público. El jazz, un estilo minoritario, se abría a las masas gracias a la delicada, sensual y melancólica voz de Norah Jones y, también, por el protagonismo del pop y el soul como elementos indispensables de este cóctel sabroso y estimulante. El disco se abría con «Don’t know why», una canción compuesta por Jesse Harris, muy representativa del estilo susurrante y relajado con el que nos cautivó Norah Jones.

Clooney & Pérez Prado / M. Bublé / P. Cincotti / Pussycat Dolls. «Sway»

“Sway” es otro ejemplo más de canción anglosajona construida a partir de una melodía original en otro idioma, en este caso en español. En realidad es la versión en inglés del mambo “Quién será” (1953), compuesto por los mexicanos Luis Demetrio y Pablo Beltrán Ruiz, que fue grabada por Dean Martín, en 1954, después de realizar una adaptación de la letra a cargo de Norman Gimbel. Mientras que el original mexicano tenía un concepto y un ritmo cláramente latinos, la versión de Dean Martín se adentraba en la canción melódica aunque sin perder el fundamento original. Cinco años después de esta primera versión en inglés, se incluyo en el disco “A Touch of Tabasco”, de la cantante de jazz estadounidense Rosemary Clooney y la orquesta del cubano Dámaso Pérez Prado. Ésta es la primera versión que ponemos hoy (he dejado enlaces a las dos primeras para aquellos que estén interesados), un mambo ejecutado por uno de los mejores del género (Pérez Prado) pero con un toque de swing (R. Clooney) interesantísimo y muy reconocible en versiones posteriores; además, aunque estaba cantado en inglés, tenía algunas partes en español. La segunda versión es la del canadiense Michael Bublé, a medio camino entre la vena melódica de Dean Martin y el swing de Perez Prado y R. Clooney. La transformación definitiva en un tema de jazz nos la ofrece el cantante y pianista Peter Cincotti. “Sway” se puso de moda hace algunos años gracias a la propuesta del grupo pop femenino Pussycat Dolls, incluida en la comedia romántica “Shall we dance?”; no es la versión que más me gusta pero es la más sensual, y atesora tal concentración de belleza que me ha sido imposible ignorarla.