The Alan Parsons Project. “Don’t Let it Show”

«1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot deber obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica, 56ª edición, año 2058”.

Isaac Asimov. “Las Tres Leyes de la Robótica”

Estas leyes de la robótica fueron enunciadas por el maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov durante las décadas de 1940 y 1950, cuando escribió sus primeros relatos sobre robots, inicialmente publicados en las revistas estadounidenses Super Science Stories y Astounding Sciencia, y posteriormente reunidos en un libro publicado en 1950 por la editorial Gnome Press, titulado “I, Robot”; la traducción con la que iniciamos esta entrada es la de Manuel Bosch Barrett, que fue la que se recogió en la edición española realizada por Edhasa. Asimov siguió escribiendo sobre robots y, en su novela “Robots e Imperio” (1985), introdujo el concepto de “ley cero de la robótica”: “Un robot no hará daño a la Humanidad o, por inacción, permitir que la Humanidad sufra daño”, lo que le permitió mayor libertad argumental para sus relatos, al quedar las tres leyes iniciales supeditadas al principio cero.

En este contexto, Eric Woolfson convenció a Alan Parsons para hacer un disco conceptual basado en los relatos de Asimov recogidos en su libro “I, Robot”. Como los derechos del libro acababan de ser vendidos al cine (aunque, en aquella época, no se llegara a rodar la película), Parsons y Woofson optaron por cambiar el título de su disco, simplemente eliminando la coma. “I Robot” (1977) fue el segundo álbum de Alan Parsons Project; si en el primero homenajeaban a Edgar Allan Poe (en esta entrada hablábamos de ello), en éste se ocupaban del apasionante mundo de los robots propuesto por Isaac Asimov. En la cubierta interior del disco se puede leer lo siguiente: “Yo Robot … La historia del ascenso de la máquina y el declive del hombre, que paradójicamente coincidió con su descubrimiento de la rueda… y una advertencia de que su breve dominio de este planeta probablemente terminará, porque el hombre trató de crear el robot a su propia imagen”; en la imagen de la portada se muestra a los asistentes de Storm Thorgeson, el diseñador gráfico responsable de la obra, en las escaleras mecánicas del aeropuerto francés Charles de Gaulle y, sobre esta imagen, la cabeza de un robot con el esquema de un átomo en su cerebro.

No suele ser el disco que más gusta de Alan Parsons Project, sin embargo, es uno de mis preferidos; es menos progresivo que su predecesor, y probablemente menos brillante, pero consigue transmitir muy bien el concepto tecnológico-futurista que se persigue en esta obra conceptual, utilizando eficazmente los teclados, las voces y los coros, los arreglos orquestales y unas pegadizas melodías pop-rock que, en su día, sirvieron para que el disco consiguiera llegar al gran público. Las canciones que se publicaron como sencillos fueron “I Wouldn’t Want to Be Like You”, “Day After Day (The Show Must Go On)” y “Don’t Let it Show”, precisamente la elegida para encabezar esta entrada; en ella destaca el órgano de Eric Woolfson, la voz de Dave Townsed y una sugerente letra sobre la crisis identitaria de un supuesto androide humanizado. Acabo con la versión que, de este tema, hiciera Pat Benatar.

The Mars Volta – «The Widow»

 

The Mars Volta es una banda creada en El Paso (Texas -EE.UU.-) que conocí gracias al amigo Juanlu, autor del ya desaparecido 365 Radioblog. Estuvieron en activo entre 2001 y 2013, con seis álbumes de estudio en su haber, de los cuales sólo he escuchado uno, el titulado “Frances the Mute” (2005), el segundo tras el exitoso “De-Loused in the Comatorium” (2003). Como os venía diciendo, los orígenes de este grupo se remontan al año 2001, cuando Omar Rodríguez-López (guitarra) y Cedric Bixler-Zavala (voz) crean The Mars Volta a partir de músicos -como ellos mismos y otros- que habían formado parte de bandas como At the Drive-In y De Facto. Según han explicado en alguna entrevista, la palabra “Volta” está tomada de un libro de Federico Fellini, en el que éste llama “volta” a los cambios de escena; lo de “Mars” tiene que ver con la fascinación de estos músicos por la ciencia-ficción; además, tuvieron que añadir la palabra “The” para diferenciarse de otra formación que se llamaba “Mars Volta”. Dicen los que saben más de este grupo que es una banda de rock progresivo, aunque también la etiquetan dentro de otros géneros como el rock alternativo, el art rock, el rock experimental, etc.

Ya os digo que sólo he escuchado un álbum, eso sí, os puedo decir que no parece una banda fácil; “Frances The Mute” es algo así como un disco de rock psicodélico y experimental del siglo XXI, un trabajo conceptual supuestamente inspirado en los personajes que aparecen en un diario encontrado por Jeremy Michael Ward, antiguo miembro de la banda (técnico de sonido), fallecido por una sobredosis de heroína en mayo de 2003, apenas un mes antes de que saliera al mercado el primer álbum de The Mars Volta. Si os atrevéis a escuchar este interesante disco en seguida os daréis cuenta que es un álbum inquietante, agresivo, oscuro que, para algunos, puede resultar un tanto incómodo por su tono ácido, sus distorsiones y sus letras difíciles de interpretar. Esta formado por cinco temas, cuatro de larga duración y el corte titulado “The Widow”, de formato tradicional, con diferencia la canción más melódica y asequible de todas. Os aconsejo que os fijéis en su intensidad, en el sorprendente registro vocal de Cedric Bixler-Zavala, en el afilado trabajo de guitarra y en la trompeta que aparece fugazmente a mitad del tema, que está tocada por Flea, de la banda Red Hot Chili Peppers; por cierto, en otros temas del disco también participa el guitarrista de esta formación, John Anthony Frusciante, además de otros músicos como Larry Harlow. Finalizo con una versión en directo de “The Widow”, para que podáis ver su desempeño en vivo, y con el videoclip original, de menor duración y sin la parte psicodélica del final.

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Supertramp. “A Soapbox Opera”

Aunque hay opiniones para todos los gustos, tengo la sensación que la mayor parte de los aficionados al rock, en particular los seguidores de Supertramp, pensamos que el mejor disco de los británicos es “Crime of the Century” (1974), al que ya aludimos en la entrada dedicada al tema “School”; después suelen estar en las listas de preferencias “Breakfast in America” (1979) y “Even in the Quietest Moments” (1977), un álbum con grandes temas, como “Fool’s Overture”, “Give a Little Bit” o “Babaji”, ya escuchado en este blog. Entre este disco y “Crime of the Century” se publicó “Crisis? What Crisis?” (1975), al que muchos aficionados, críticos, incluso los propios miembros de la banda, consideran un disco de transición, un trabajo menor en la discografía de Supertramp. Fue el primero que se grabó, al menos parcialmente, en los Estados Unidos; se hizo a toda prisa ante las presiones de la discográfica (A&M), que quería aprovechar el éxito que había tenido “Crime of the Century”. Como no pudieron terminar la gira de promoción de este disco debido a una lesión en la mano de Roger Hodgson, comenzaron a trabajar en el álbum, aunque sin apenas tiempo para componer nuevos temas y pulir adecuadamente los que ya tenían, en su mayoría material sobrante de grabaciones anteriores; por ejemplo, cuatro canciones que acabarían formando parte de “Crisis? What Crisis?” (“Sister Moonshine”, “Another Man’s Woman”, “Lady” y “Just a Normal Day”) ya habían sido tocadas en directo antes de que se grabaran en estudio. Roger Hodgson calificó este trabajo como de apresurado y sin cohesión, realmente puede decirse que es una colección de canciones sin un nexo en común, como era habitual en los Lps de rock sinfónico de la época; el bajista Dougie Thompson dijo algo parecido: “Pensamos que el álbum Crisis era un poco inconexo y que al grupo en su conjunto en ese momento no le gustaba mucho el álbum”.

Dicho todo esto, he de confesar que no estoy muy de acuerdo con la visión que se tiene y que tenían los propios Supertramp de este Lp, y digo “tenían” porque en la actualidad es el disco de Supertramp preferido por Roger Hodgson. Tal vez sea un álbum apresurado, poco elaborado, pero tal vez precisamente por eso parece un trabajo más directo y sincero; por otra parte, es verdad que no es un disco conceptual -tampoco era necesario-, pero está lleno de excelentes canciones, como las mencionadas líneas arriba y otras: “Easy Does it”, “Poor Boy” o, por supuesto, “A Soapbox Opera”, la protagonista de este post. El título y la portada del disco, concebidos por el teclista Rick Davies, hacen alusión, en tono jocoso e irónico, a la crisis económica que se vivía en aquella época. “A Soapbox Opera” es uno de mis temas preferidos de Supertramp, una canción melancólica, portadora de una letra indescifrable que ni los seguidores con mayor conocimiento de esta banda son capaces de desentrañar; algunos piensan que “habla de la desilusión que sentimos ante las respuestas que damos por sentadas en relación a asuntos como la razón de la existencia o el sentido de la vida. La canción reconoce la necesidad que tenemos de creer en algo, pero en algo que sea verdadero y que no nos decepcione”; otros que es “una crítica a las sectas y [a] la ingenuidad de los que las siguen”; y hay quien opina que la canción habla de una telenovela o “culebrón” y de sus protagonistas, “siempre desde la óptica peculiar de Mr. Hodgson”. En lo musical, me parece una canción bellísima, sencilla y llena de fuerza, en la que la voz de Roger Hodgson emociona, mientras que el piano y los arreglos orquestales confieren al tema la solemnidad y profundidad precisas. Siempre he tenido la sensación, sobre todo escuchando el comienzo del tema, con el piano y esas voces de fondo, que “A Soapbox Opera” es como una especie de boceto de “Fool’s Overture”. Como bien sabréis los aficionados a esta banda, escuchar sus discos a través de Youtube es bien difícil, por no decir imposible, de ahí que haya tenido que optar por Spotify; para aquellos que prefiráis Deezer (el registro es gratuito, como en Spotify), aquí tenéis “A Soapbox Opera” en esta plataforma. Y, si queréis ver a Roger Hodgson interpretando en directo el tema, lo podéis hacer desde este enlace de youtube.

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The Alan Parsons Project. «The Eagle Will Rise Again”

Si hay un grupo partidario de los discos conceptuales ese es The Alan Parsons Project: “Tales of Mystery and Imagination” (del que ya hemos hablado aquí), “I Robot”, “Eve”, “The Turn of Friendly Card”, “Ammonia Avenue”, etc.; en realidad, la mayor parte lo son. “Pyramid” (1978) fue el tercer álbum de estudio de esta banda, articulada en torno al productor e ingeniero de sonido Alan Parsons y al teclista y cantante Eric Woolfson. En esta ocasión la temática se centra en las pirámides de Egipto, incluyendo los aspectos místicos y esotéricos tan de moda en aquella época y, por supuesto, una reflexión trascendente sobre el hombre como ser frágil y mortal, y sus inquietudes ante el poder del destino y la historia. La cubierta, realizada por el estudio gráfico Hipgnosis, nos muestra a alguien que, presumiblemente, se acaba de despertar de un mal sueño y se echa la mano a la cara, también se ve una mesa con diversos objetos, entre ellos un libro sobre las pirámides, enfrente una televisión y, por encima de la mesa, una ventana desde la que se ve una gran pirámide; las imágenes interiores del disco son aún más crípticas, las dejo al final para que podáis elucubrar vosotros mismos. Para muchos, “Pyramid” es un álbum inferior a sus predecesores (“Tales of Mystery and Imagination” y “I Robot”), y probablemente lleven razón, aun así siempre me ha parecido un trabajo excelente (creo que el primero que escuché de Alan Parsons), con un marcado lirismo en todos los temas y unos exquisitos arreglos musicales, como es habitual en este grupo. Creo que es un disco ideal, al igual que los dos mencionados líneas arriba, para quienes deseen acercarse al rock sinfónico sin mucho esfuerzo, ya que se trata de una obra melódica y muy asequible, sin temas excesivamente alambicados y largos. Todas las canciones fueron compuestas por Alan Parsons y Eric Woolfson; tres son instrumentales y las otras seis cuentan con cantantes diferentes: David Paton, Dean Ford, Colin Blunstone, Lenny Zakatek y John Miles. Para los que nunca hayáis escuchado este álbum, os voy a recomendar el corte número tres de la cara A, la balada “The Eagle Will Rise Again”, cantada por Colin Blunstone con coros de Eric Woolfson. Y, de paso, también os sugiero otro tema parecido a éste al que ya dedicamos una entrada, “Silence and I”, perteneciente al álbum tal vez más exitoso de Alan Parsons: “Eye in the Sky” (1982); una canción más larga pero con un corte parecido, al menos en sus partes más melódicas y melancólicas. Las letras de ambos temas son francamente sugerentes, en el caso de “The Eagle Will Rise Again” con alusiones a la trascendencia del ser humano, a la iconografía egipcia de los jeroglíficos (“leer entre líneas”), a la insignificancia del tiempo y a cualquier otra cosa que se os ocurra, porque la letra, desde luego, no nos ofrece un mensaje explícito. Y no quiero acabar sin mencionaros un hecho paranormal en torno a esta canción; fue protagonizado por el dúo español de rumba catalana Los Amaya; por favor, escuchad esta versión y decidme si la podríamos catalogar como de Expediente X.

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Concierto de Roger Hodgson. Noches del Botánico. Madrid, 11-VII-2017

entrada rogerCuando acudes a un concierto de Roger Hodgson lo que menos te esperas es que, al entrar al recinto, suene una copla cantada en directo; la verdad es que la cantante lo hacía muy bien, su versión de «Y sin embargo que quiero», entre flamenca e indie, me pareció bastante buena y me hizo pensar, tras echar un primer vistazo al espacio habilitado para este festival, en cuánto había cambiado este evento desde la última vez que participé en él, hace dos años, en el concierto de Imelda May. Me alegré mucho al ver que «Las Noches del Botánico» empiezan a consolidarse como acontecimiento de referencia, para todos los que amamos la música, en las sofocantes noches del verano madrileño. En las fotos que os dejo a continuación podéis comprobar el ambientazo que habían preparado: tiendas, bares, restaurantes de comida rápida tipo food truck y, por supuesto, una actuación en directo para entretener la espera y complacer a unos parroquianos más próximos a los sesenta que a los cuarenta años (los hijos que acompañan a los padres siempre bajan la media de edad en estos conciertos).

Esta vez sólo fuimos tres los que nos animamos a pagar los 49,5 euros que costaron las entradas, tres de los habituales en estos saraos: Begoña, mi hermano Carlos y quien escribe. Entramos hacia las 21:10 de la tarde, nos entretuvimos dando una vuelta y nos tomamos una cerveza; teníamos entrada sin numerar, de pista, aún así no corrimos mucho para buscar un acomodo razonable; a las 21:40 -más o menos- ya nos habíamos situado, justo a tiempo porque cinco minutos después ya no cabía ni un alfiler, hubo un llenazo total, como se puede apreciar en estas imágenes facilitadas por la organización. El concierto empezó a las 22:15 horas y finalizó hacia las 24:00 horas, sin descansos ni interrupciones de ningún tipo; comenzamos con el tema «Take the Long Way Home» y finalizamos con «It’s Raining Again», en medio pudimos escuchar un puñado de canciones de lo mejorcito del repertorio de Supertramp («School» -no os perdáis el vídeo grabado por mi hermano Carlos, que haría sin él en los conciertos …-, «Breakfast in America», «The Logical Song», «Child of Vision», «Dreamer» -de ésta también hay vídeo-, «Fool’s Overture», «Give a Little Bit», algunas melodías pertenecientes a sus discos en solitario («Death and a Zoo» o la bellísima «Lovers in the Wind») y un par de temas inéditos («Teach me to love again» y «The Awakening»).

No os podéis ni imaginar el aspecto jovial y saludable que tiene Roger, ni mucho menos aparenta la edad que tiene (67 años). Una taza lo acompañó toda la noche, tal vez sea ese el secreto de su eterna juventud; mi hermano dijo que la taza sólo podía contener dos cosas: té o ginebra, y me lo dijo muy convencido … Aunque parezca increíble, su voz está igual que hace treinta o cuarenta años, luciendo esos agudos y falsetes tan característicos suyos que lleva al límite, hasta ese punto de no retorno del que sólo Roger sabe salir airoso. La banda que lo acompañaba está formada por excelentes músicos; tal y como señala eldiario.es, es la habitual de Hodgson: David J. Carmenter (bajo), Bryan Head (batería), Kevin Adamson (teclados) y un canadiense llamado Aaron McDonald, imagino que de ascendencia hispana, que encandiló al público con su manera de tocar los instrumentos de viento (saxo, flauta, melódica, armónica y probablemente algún instrumento más de los que desconozco el nombre) y su disposición para todo lo que hiciera falta: teclados, voces, pandereta, etc.

Ya sé que habrá quien me diga que Supertramp aún existe, y que está capitaneado por tres de sus miembros históricos: Rick Davies, Bob Siebenberg y John Helliwell. Tras la finalización del concierto, Begoña me envió una antigua entrevista a Roger Hodgson en la que éste no oculta su malestar por los actuales Supertramp, de quienes dice son «sólo el nombre de una marca»: «Rick Davies explota como si se tratara de una empresa que cada cierto tiempo sigue explotando para sacar algo de dinero. No hay banda, son unos músicos que se reúnen para irse de gira. Ya está. La verdad es que para mí estaría todo perfecto si se limitaran a tocar sus canciones, pero me disgusta la decepción que están provocando en mucha gente cuando que va a ver un concierto de ellos y no reconocen la voz del cantante. El gran público no sabe la historia de que yo dejé el grupo y piensan que van a escucharme cantando, pero se encuentran otra cosa. Esto ocurre en todas sus giras: cada cierto tiempo, recibo una avalancha de correos electrónicos de gente enfadada y decepcionada. Y me molesta que ocurra eso con algo que fue mi creación».

Para ser justos, he de decir que no he visto en directo a los «Supertramp oficiales», pero también os puedo asegurar que el martes pasado yo escuché a Supertramp, a ese grupo que me acompaña desde mi adolescencia, con el que tanto he disfrutado y al que jamás pudé ver porque nunca tuve dinero para pagarme la entrada. No hace falta ser muy avispado para darse cuenta del cariño con el que Roger Houdgson hace las cosas, de las horas de trabajo que debe dedicar a la música y de lo bien que prepara los directos (el sonido fue impecable, de una calidad fuera de lo común en conciertos de rock), todo encaminado a desmostrar que Supertramp es él. Visto lo visto la otra noche, a mí no me cabe ninguna duda del «quién es quién» en esta disputa.

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Roger estuvo simpático a rabiar, no paró de hablar, de reír, de piropear a nuestro país -donde dice encontrarse muy a gusto- , y al público español porque, en su opinión, «no hay público igual». Nos invitó a dejar a un lado todos nuestros problemas durante un par de horas, y vaya si lo consiguió. Muchas gracias, Roger, por recordarnos que la buena música aún existe.