Tomad un vaso alto, añadid unos hielos, tequila y zumo de naranja, mezclad y verted un jarabe o sirope de granadina con mucho cuidado, de tal manera que se diferencien bien las dos fases o capas, una de color naranja y la otra de color rojo, como si fuera un amanecer. El “tequila sunrise” es un cóctel potente y luminoso, como debió ser la vida para algunos afortunados que, a principios de la década de 1970, disfrutaban de los placeres en lugares como Sausalito (California) -donde surgió esta bebida-, rodeados de mar, buen tiempo, hipismo, amor libre y cuantas referencias hedonistas os podáis imaginar; hace años estuve en aquella zona norte de California, en los alrededores de San Francisco, y puedo entender perfectamente por qué aquel lugar fue la ciudad del amor, las flores, la música y la vida hace ya más de medio siglo.
Cuentan las crónicas que el título de la canción que hoy nos ocupa, “Tequila Sunrise”, se le ocurrió a Glenn Frey, después de haber estado toda la noche bebiendo mientras esperaba al amanecer; la música surgió a partir de un riff de guitarra de este mismo músico, que describió a su compañero de banda, Don Henley, como “un poco Roy Orbison, un poco mexicano”. La canción fue finalmente acreditada a ambos (Frey y Henley), y se incluyó en el segundo álbum (“Desperado”, 1973) de la banda estadounidense de country-rock Eagles, a quienes ya hemos dedicado varias entradas, incluida una en torno al tema homónimo, que también formó parte de este segundo disco de los californianos. En aquel post del año 2016, publicado en homenaje a Glenn Frey, fallecido aquel año, nos referíamos a “Desperado” como un álbum conceptual, que “toma como hilo argumental a la mítica banda de forajidos del viejo Oeste conocida como Doolin-Dalton, centrándose en los aspectos humanos, en la personalidad y la vertiente romántica de estos malhechores: timbas, peleas, mujeres, alcohol, pero también asuntos como la soledad, la vida errante o la imposibilidad de enamorarse”.
En “Tequila Sunrise” lo más importante no es la historia que se cuenta, tan difusa como el raciocinio durante una plácida borrachera, sino las sensaciones que nos provoca esta canción, diferentes según el estado de ánimo en el que nos encontremos. A ello contribuye la suave narración de Glenn Frey, la guitarra acústica -sencilla, como si la tocara un amigo a la orilla del mar- y la guitarra eléctrica de Bernie Leadon, que aquí suena como una steel guitar gracias al efecto sonoro conseguido con el accesorio “B-Bender” instalado en la guitarra. Es tal la magia que tiene esta grabación que, esta vez, no os voy a proponer ninguna versión.





